ACTO CATEQUÉTICO
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   En general, se entiende por tal toda acción que, directa o indirectamente, conduce a la educación de la fe, bien por la inteligencia: instrucción, homilía, cate­quesis; bien por la acción interior: plega­ria, exhortación, reflexión; bien por las obras compartidas: caridad, colabora­ción, consejo, sugerencia.
   En el acto catequético se valora toda acción, relación, comunicación o intervención a través de la cual transmitimos el mensaje recibido a quien se pone en disposición de acogerlo. Una sesión de catequesis, un trabajo o una reunión de grupo, un encuentro, una experiencia, un estudio, una celebración, etc. cualquier hecho con intención de comunicar el mensaje religioso, son expresiones o formas de un acto catequético. A través de él se comunican conocimientos, acti­tudes, sentimientos, experiencias, de naturaleza religiosa, las cuales preparan a la persona para asumir la fe.
    El acto catequético ofrece y anuncia el misterio cristiano a los hombres. Pero lo hace de forma ordenada, progresiva y sistemática. Mira a los destinatarios en cuanto pueden ser educados en la fe.

    1. Sus dimensiones

    Es acción que debe ser fiel a una doble realidad: a Dios y al hombre.
   -  La fidelidad al mensaje divino, a su Palabra, a su misterio revelado, se en­tiende como disposición a acoger lo que Dios comunica y tal como lo comunica.
   Esa fidelidad reclama transmisión íntegra y real del mensaje revelado, profundización del misterio que procla­ma, acogida a la vida que el misterio aporta y respeto a las formas variadas de su acogida.
   -  La fidelidad al hombre supone acep­tación de sus circunstancias y condicio­nes, así como adaptación a su calidad de educando.
   Para que esa doble fidelidad sea posible, hay que integrar varios aspectos o rasgos: contar con la experiencia hu­mana del catequizando; armonizar la ex­periencia humana con la Palabra divina; encauzar la expresión de la fe en el contexto de la comunidad; personali­zar el mensaje con sentido de trascen­dencia; convertir el misterio en vida cristiana personal y comunitaria.

   2. Exigencias humanas

   La experiencia humana es el apoyo primero de todo acto catequético. La experiencia tiene importancia decisiva en la catequesis, en la de hoy y en la de todos los tiempos, debido a que los hom­bres, sobre todo los niños y jóvenes, son especialmente sensibles a lo que se vive, a lo que se experimenta, más que a lo que se dice, se oye o se piensa.
   Dios se manifiesta y se revela en la vida y en la historia de los hombres. En ellas, vida e historia, y desde ellas, el hombre es capaz de integrarse en un proyecto salvador.
   Por eso, el acto catequético debe asumir la experiencia humana para pro­fundizar y valorar la vida de las per­sonas y de los grupos y descubrir la presencia de Dios con los interrogantes y con las respuestas que su Palabra suscita en la historia de los hombres.
    Los Obispos españoles, en su Documento de la Comunidad Cristiana, nos dicen: "La catequesis basada en la expe­riencia es algo más que una mera moda­lidad transitoria de la pedagogía catequética; es más que una metodolo­gía; es algo inherente a la transmi­sión del Evan­gelio para que éste pueda ser recibido como mensaje de salvación vivo y ope­rante." (Nº 223)
    El apoyo de la experiencia humana hace posible acomodar el acto catequéti­co a cada persona, cuya fe se trata de educar. Si falla esa experiencia, se corre el riesgo de teorizar y divagar. Por eso, el acto catequético trata de acomodarse a las circunstancias de cada educando.
   El catequista está siempre en disposición de aprovechar toda la experiencia que hay a su alcance. Por eso hace lo posible por relacionar el misterio cristiano con todos los recursos a su alcance y trata de hacerlo comprensible.
   Su actividad no es teológica ni socioló­gica ni solamente pedagógica. Es cate­quética. Que sus actos deben ser cate­quéticos significa que intentan formar la fe, la convivencia espiritual y la vida cristiana de los catequizandos.
   Por ello el acto catequético está condi­cionado por variables decisivas: las cir­cunstancias en que se desenvuelve el sujeto; el eco íntimo de la vida espiritual y las actitudes de la conciencia; la nece­sidad de la liberación; el amor a los hombres y al servicio al prójimo; la fideli­dad al propio proyecto y al de otros; la solidaridad con todos los hombres.
    El acto catequético reclama, por parte del catequista, disponibilidad, generosi­dad, plenitud de entrega y mucho amor.
    Requiere atención a la experiencia de la vida: a la propia, a la de los catequizan­dos, a la del entorno. No quiere ello decir que el acto catequético se pueda o deba limitar a la experiencia humana, pues quedaría reducido a un acto humano o terreno.
   Pero se debe apoyarlo con habilidad, oportunidad y adecuación en la expe­riencia concreta de cada día, a la humana y a la espiritual o interior. Sólo así se hace eficaz catequéticamente.

  3. Sus raíces básicas

  En el acto catequético no basta con­templar la experiencia humana; hay que descubrir cómo ella afecta a cada perso­na concreta. Cada situación exige un trato diferente. Por eso el acto humano difícilmente se somete a normas rígidas y se halla muy dependiente del ser del catequista y del ser del catequizando.
   Y por eso, el acto catequético es muy diferente del homilético, del litúrgi­co, del teológico, del evangélico, del espiri­tual.
   Tiene ciertos rasgos originales y dife­renciales:
  - Hace referencia a los hechos humanos que configuran la vida de cada hom­bre concreto.
  - Se ilustra desde la enseñanza expresada en la Escritura Santa sin reducirse a ella como modelo.
  - Se vincula con la transmisión que hace de la fe y de la plegaria cada co­munidad cristiana en la que se vive.
  - Integra dimensiones intelectivas (conocimientos), afectivas (actitudes) y morales (opciones).
   Supone todo esto que se estudia, se profundiza, se vive, en su caso se cele­bra, con profundidad la Palabra divina y para ello se instruye, se alienta, se invita y se educa. Y se deja a la propia conciencia interpelar su valor. Se orienta la propia existencia personal y solidaria desde esa Palabra divina.
   La catequesis no busca hacer hombres eruditos en conocimientos humanos, al estilo de los sabios de la tierra que tantas cosas saben. Se parte de la inteli­gencia; pero no hay que quedarse en ella, sino que se debe llegar a la vida entera: ideas, sentimientos, deseos, temores, ideales, limitaciones, esperanzas…
   La catequesis no busca el conseguir hombres expertos y hábiles en la vida, al estilo de los triunfadores en el mundo. Lo que pretende es formar cristianos firmes y convencidos de la propia fe, la cual ellos acogen, asumen y convierten en norma de vida.
   El acto catequético es el paso que se va encauzando poco a poco a ese fin práctico: lograr un tipo de hombre transformado por la fe, dentro de una situa­ción humana determinada.
   Para realizar esta tarea, la catequesis cuenta con una clave, con una estrategia pedagógica: es la lectura de la vida hu­mana desde la óptica de la palabra divi­na. Eso se consigue poco a poco, con actos catequéticos que implican unas referencias básicas.
   - La Sagrada Escritura, recoge la co­municación divina y sirve de cauces.
   - La Liturgia y la plegaria dan vida a la comunidad cristiana y ofrece estilo.
   - El Símbolo de la fe, que expresa la fe de la Iglesia y facilita fórmulas.
   - Las enseñanzas del Magisterio ecle­sial iluminan a los creyentes y da seguri­dad y claridad.
   - La tradición viva de la comunidad creyente refleja la Historia espiritual del mundo y sugiere precauciones y estimu­la procedimientos.
   - La misma comunidad en la que se vive aporta vida y fe compartida y contri­buye con el mutuo apoyo a vivir con alegría.

   4. Fin del acto catequético.

   Es anunciar el mensaje para educar la fe. El catequista ofrece el mensaje desde la propia fe. No es su mensaje, sino el que ha recibido de la comunidad creyen­te a la que representa. Su lenguaje, para ser vivo, no tiene que ser ni afectivo ni conceptual con preferencia. Debe ser evangélico. El es mediador de quien le envía, que no es otro que el mismo Jesús.
   Debe usar lenguajes testimoniales no académicos ni mundanos. Su testimonio no puede estar desconectado de su propia vida, ni de la vida de la Iglesia, ni de la Historia de la Salvación. Por eso, a la vez que testimonio de vida, es tam­bién lenguaje evangélico, esto es bíblico, litúrgico y magisterial.
   El encuentro que tiene lugar en el acto catequético entre la vida del hombre y la Palabra de Dios, debe penetrar y transformar la totalidad de la personalidad del creyente a quien se dirige.
   Esa transformación es una experiencia más o menos intensa y más o menos consciente. Esta experiencia, vivida e interpretada a la luz de la fe, necesita ser expresada.
   El acto catequético debe encauzarse, de una u otra forma, hacia esa expre­sión, que llamamos religiosa, pero que lo es también humana. Las expresiones básicas de la expe­riencia de fe, que deben iluminar todo acto catequético y hacia las que se orien­ta toda tarea catequística, son tres:
  -  La profesión de fe. El hombre cre­yente dice su fe, proclama que el Señor  salva, declara su creencia, hace exterio­res sus modos de pensar y de sentir. Dice creo desde su conciencia.
  -  La celebración. El hombre creyente celebra lo que ha vivido, lo que ha expe­rimentado. Celebramos la intervención de Dios en la Historia.
  -  El compromiso. El hombre creyente se compromete con lo que dice y va creando actitudes cristianas de conver­sión personal y de transforma­ción del mundo en el que vive.
    El acto catequético hace siempre referencia, de alguna forma, a lo que el hombre debe confesar, celebrar y vivir como compromiso.
   Primero se vive, se asume, se recoge la experiencia:
     - experiencia humana, que puede ser personal o de grupo.
     - experiencia que se profundiza con el intercambio con los demás.
     - experiencia que se hace universal y abierta a la Iglesia entera.
  Luego se expresa la propia experiencia en claves de fe.
     - Expresión de la experiencia de fe mediante la alusión a la Providencia (dimensión doctrinal) .
     - Comunicación de la propia actitud a los demás: dar razones de la propia fe (dimensión moral).
     - Proyección hacia la oración y a la cele­bración en la comunidad (dimensión litúrgica).
    La labor del catequista, con sus actos catequéticos, es orientar poco a poco ese proceso que hace posible llegar, desde lo humano, al encuentro con Dios. Ese encuentro es el ideal, el objetivo, el fin de todo acto catequético.
    Pero esto no es posible sin una cade­na de actos, cuya suma constituye el proceso, itinerario o plan de maduración en la fe. El catequista debe dar impor­tancia a cada acto, pero no quedarse en lo particular sino aspirar al todo, a la unidad de la acción. "Lo importante es que el acto catequé­tico dinamice los tres planos a los que nos hemos referido y que, a lo largo de todo el proceso de catequización, vaya madurando la fe del catecúmeno en la línea de una confesión cada vez más madura de la misma, más arraigada en la Escritura y significativa para su vida".    (Cateq. de la Comunidad Nº 233)